
Mariposas
- insanguineveritasb
- 19 jun 2024
- 2 Min. de lectura
Darius Ophicus se acercó cuidadosamente a la phengaris nausithous, admirando la belleza del insecto caníbal. Reía quedamente al imaginar los tópicos sobre las mariposas, tan pacíficas… ¡Bobos ignorantes!
Enfrascado en su trabajo, no advirtió que el cielo iba pasando rápida y sigilosamente del azul deslumbrante al gris perla y, en un último y desdichado salto, hacia un extraño color rosa sangre. Lo apercibió al ver el contorno de su phengaris difuminado tal como dibujo al carboncillo.
-¡Qué extraño efecto! -exclamó.- Este bosque definitivamente es mágico, de cuento.
La ligera lluvia lo molestó, pues el día ya estaba desaprovechado. Se puso a caminar con cierto fastidio sin recordar que las prisas no son buenas para los hipermétropes, especialmente en un bosque con tantas trampas para sus pies. Darius, en efecto, cayó al suelo con demasiada rapidez. Sus gafas quedaron cerca pero lejos, o eso pensaba.
Enfadado por el maldito percance, apenas reparaba en las pisadas que parecían acercársele con intenciones aún desconocidas, aunque quizás… ¿amistosas?
¿Era eso un aullido? Imposible, no había mamíferos en este bosque, creía. Y ese manto rojo que parecía asomar y esconderse entre los árboles… Debía de estar desvariando. Se dio al caer un golpe que ya no recordaba y veía colores que no estaban ahí, oía sonidos que no existían, quizás ni siquiera estaba en un bosque…
Con tanta confusión fue humano no vislumbrar la pesada sombra negra que se le echaba encima, seguida de otra más ligera, grácil, ingrávida y roja, ni la horrísona percusión que se alzaba a su paso junto con un maremágnum de colores, gruñidos alaridos, gritos… La pesadilla indescriptible se desarrollaba a menos de dos metros de Darius. Repentinamente... todo terminó y ya solo hubo paz, una paz ominosa, desdichada y expectante. Ophicus, sumergido en la irrealidad, no atinaba hacia dónde dirigirse. A gatas, enfilo un camino que pensó propicio para escapar de... de... ¡sangre! Sí, el olor y sabor no arrojaban dudas. Sus manos, extrañamente independientes de su cuerpo, acariciaron con delicadeza el cuello desgarrado de la criatura, peluda y enorme, con los últimos estertores agónicos. Sintió pena por el animal; la muerte siempre inspira pena por el desdichado. Se incorporó y recogió las gafas, todo había ya terminado.
Quizás fueron dos, tres... seguro que no más de siete pasos los que había avanzado cuando la oyó. Voz mas dulce, aguda, casi susurrante, nunca pudo existir.
-¡Señor, señor! ¿No irá a dejarme aquí, verdad? Ya ha visto lo peligroso que puede llegar a ser el bosque. No quiero quedarme aquí sola, tengo miedo.
En ese momento, un relámpago iluminó a la pobre niñita con su vestido terriblemente ensangrentado, lleno de pelos de la bestia, sus cabellos enmarañados, la carita sudorosa, y una boca tímida que enmarcaba un inquietante manchurrón sanguinolento. Sus dientes finísimos, temiblemente puntiagudos, semejaban dos bisturís rojos de los que venía manando, con apacible mansedumbre, un fresco riachuelo de sangre...
La niña le sonrió y le dijo muy suave, como arrullándole...
Bobos ignorantes… ¡Creerse los tópicos sobre… los cuentos!
Por @MarianicoJose


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